La Iglesia ucraniana ve a los pobres con los ojos de Dios

Viktor rompe el suelo de su casa por necesidad. Ahora que él y su mujer no tienen trabajo fijo, debido a la guerra en Ucrania, él y sus hijos Wasiliej y Kola proceden a cortar los tablones en trozos para la estufa que calienta la casa. Los chicos esperan volver a encontrar trabajo en la agricultura en primavera. Hasta entonces, simplemente les toca sobrevivir. «Solo la Iglesia nos ayuda», dice Viktor agradecido por la sopa, el té y el pan que recibió esa mañana de los hermanos Albertinos en la ciudad de Zaphorizhya.   

El pan que come la familia ha sido horneado por Micha, un joven sacado de la calle por los religiosos. Hasta hace unos años, vivía en los túneles del sistema de calefacción de la ciudad, junto con otros cinco muchachos, la mayoría de los cuales han caído en la drogadicción o están en prisión. Micha está casado y ha sido padre recientemente. «En mi caso, todo cambió porque conocí a los hermanos Albertinos. Me mostraron un camino diferente. Todo encajó gracias a la oración. Ahora ayudo a los hermanos y hago pan para los pobres o los que no tienen techo, que viven como yo  vivía antes».

La comunidad de los hermanos Albertinos no se limita solo a vivir en su monasterio, sino que también ofrece refugio a muchas personas sin hogar, brindándoles un techo temporal. Los hermanos aconsejan y apoyan a estas personas en todos los aspectos, ayudando a muchos de ellos a encontrar el camino de vuelta a una vida normal e independiente. Hay espacio para que hasta 26 hombres sin hogar compartan con la comunidad, pero en invierno el número suele aumentar y son hasta 40 los que vienen a refugiarse. Al mismo tiempo, los hermanos dirigen un comedor social cerca de la catedral de la ciudad, donde ofrecen todos los días comida a los pobres y necesitados. Muchas de estas personas son adultos mayores jubilados que, de otro modo, no podrían permitirse una comida caliente debido al creciente aumento de los precios en el país.

Los hermanos han construido frente a su casa una pequeña capilla en honor a María, con una estatua de Nuestra Señora de Fátima, que se ilumina de noche. En el barrio en el que se encuentra el monasterio no hay ni una sola iglesia, pero muchos transeúntes se detienen frente a su pequeña capilla o incluso se arrodillan en el suelo para rezar. 

Gracias a la generosidad de los benefactores de la fundación internacional Ayuda a la Iglesia que Necesitada (ACN), hace unos años los Albertinos pudieron renovar el sistema de calefacción central, instalar aislamiento térmico, eliminar la condensación de las paredes y realizar otras reparaciones urgentes. Muchas de las personas sin hogar que se alojan en el monasterio colaboraron activamente en las obras de renovación. El año pasado, también gracias al apoyo de los benefactores de ACN, los hermanos pudieron sustituir el

vehículo de 16 años que utilizaban para distribuir paquetes de comida y brindar atención pastoral a las familias.

Con la ayuda de Dios, los religiosos, religiosas y las parroquias de toda Ucrania han ayudado a salir adelante a muchas personas. Alrededor de un millón y medio de refugiados tienen que vivir con menos de 70 euros al mes. Es un trabajo duro, pero el hermano Wieslaw y sus compañeros lo ven como una oportunidad. «Aquí hay gente rica, con medios suficientes, pero durante mucho tiempo no hubo una iglesia, un lugar donde expresar el amor y compartir. Por eso Dios debe habernos traído aquí. Con nuestra oración, con el uso del hábito, con la cruz y con nuestra capilla, intentamos cambiar el mundo con nuestra actitud hacia los  otros».  

Monseñor Szyrokoradiuk, obispo de Odessa y Simferopol, anterior administrador apostólico de Járkov, se muestra esperanzado sobre el futuro de la Iglesia en Ucrania, incluso en la situación actual: «Cuando recuperamos nuestra iglesia de los comunistas, en los años 90, solo siete personas acudieron a la primera Santa Misa. Ahora, la iglesia está llena los domingos en cada una de las siete misas. Incluso los ortodoxos vienen y nos traen artículos de ayuda, porque la Iglesia católica realmente ayuda a los refugiados y a los pobres». 

 

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