En la Amazonia brasileña, un fraile capuchino relata su forma de llevar el Evangelio a aguas más profundas.
Caía la noche, en la Amazonia brasileña, cuando el padre Paolo Maria Braghini regresaba en una pequeña barca a su misión después de comprar provisiones en la ciudad. La espléndida belleza del atardecer, en medio de un río del Amazonas, se vio interrumpida por una nube que rápidamente oscureció el cielo y desató una fuerte tormenta. Además de la lluvia y la oscuridad, una gran embarcación apareció en el río cuya ola de proa hizo zozobrar la pequeña embarcación de fray Braghini.
En los instantes siguientes, el fraile y el indígena ticuna que lo acompañaba fueron arrastrados por la corriente hasta el fondo del río. En la oscuridad y bajo la lluvia, lograron con gran esfuerzo nadar hasta la orilla del río. Una vez en tierra, no pudieron descansar, pues los mosquitos, las hormigas y demás insectos no se lo permitían. Caminaron en la oscuridad durante más de una hora cuando, por fin, se encontraron con una comunidad indígena que los acogió. “Sobrevivir fue una bendición de Dios; hay casos de personas que se hunden y mueren porque las corrientes son torrenciales”, recuerda el Capuchino.
Sin embargo, esa no fue la mayor aventura de fray Braghini, sino tan sólo un día más en su misión. En 2005, este Capuchino procedente de Italia llegó al Amazonas, a la parroquia de San Francisco de Asís con sede en la aldea de Belém do Solimões, casi en la triple frontera entre Brasil, Colombia y Perú. El misionero, que atiende a 72 comunidades indígenas distribuidas a las orillas de pequeños ríos, ha esquivado caimanes, ha estado todo cubierto de hormigas de fuego y en una ocasión tuvo que cargar con una mujer que había sido picada por una jararaca [serpiente venenosa], por no hablar de las innumerables veces en que la barca se averió y quedó a merced de la corriente del río. “Los accidentes e imprevistos forman parte de nuestra vida. Una vez me llevé un buen susto con un caimán enorme: cuando pasamos por su lado pensamos que era un árbol derribado por un temporal, pero cuando nos acercamos abrió los ojos justo a nuestro lado. Casi se me sale el corazón por la boca”, recuerda el fraile.
El primer sacerdote que celebra un bautizo
Fray Braghini cuenta que “cuando al principio llegamos a Belém do Solimões, nos encontramos con una parroquia abandonada desde hacía quince años. No había párroco ni presencia religiosa, la fe la mantenían viva algunos laicos. En algunas comunidades, fui el primer sacerdote que celebraba un bautizo. Además, había mucha violencia, alcoholismo y suicidios entre los jóvenes, percibimos cómo pedían a gritos ayuda y oportunidades. Iniciamos pequeñas actividades como cursos de música, de guitarra, de carpintería y de costura y, poco a poco, surgieron nuevas actividades pastorales y la evangelización cobró fuerza”.
Una gran ayuda para anunciar el Evangelio
Toda la misión de fray Braghini hubiera sido menos vigorosa sin la ayuda de ACN, que desde la década de 1970 viene apoyando a la Iglesia en la Amazonia. Así, recientemente, además de traducir la Biblia del niño a la lengua ticuna, la misión capuchina ha adquirido cuatro canoas motorizadas, gracias a la fundación pontificia. “Con la ayuda de ACN hemos podido atender a más comunidades de creyentes, pues trabajamos con misioneros indígenas. Cada comunidad está a un día de viaje en barco. Nosotros ofrecemos una canoa de madera y un motor a cada grupo de misioneros, cada uno a cargo de una o dos comunidades, gracias a eso reciben al menos una visita al mes”, explica el misionero.
La etnia más numerosa de la Amazonia brasileña
Entre las diversas tribus indígenas atendidas por los capuchinos, los ticuna son la etnia más numerosa de la región -hay unos 40.000 en la Amazonia brasileña- y las semillas del Evangelio que germinan en la inmensidad amazónica ya están dando frutos: en las comunidades de Belém dos Solimões se celebra misa en lengua ticuna todos los domingos, hay catequesis e incluso pastoral del diezmo. Allí, también vive el primer diácono ticuna y en el seminario se forman otras vocaciones indígenas. “Creo que nuestra gran fortaleza siempre ha sido creer en ellos, saber que son ellos los que realmente pueden y deben ser los líderes, los pastores de su pueblo con su lengua y su hermosa cultura. Ellos sienten y perciben que creemos en ellos, que los queremos y valoramos”, afirma fray Braghini.
Es inmensa la gratitud de fray Braghini hacia los benefactores de ACN que han hecho posibles la Biblia del niño en ticuna, las lanchas motoras, el combustible para los desplazamientos e incluso las cestas de alimentos durante el periodo más crítico de la pandemia del coronavirus. “¡Mil gracias! Gracias en nombre de cada indígena que se ha beneficiado de vuestra ayuda, de tantas aldeas que visitamos con nuestros misioneros, de tantos niños -aquí hay un mundo de niños-, de muchas mujeres, padres de familia y jóvenes. Gracias de corazón, de parte de todos ellos y también de parte nuestra. Estamos aquí tratando de escuchar la voz de Dios, que clama por la voz del pueblo. Os pedimos también vuestras oraciones, pues ser misionero en estas tierras no es fácil. Los desafíos son numerosos, grandes y diarios. Recen por todos nosotros, por los misioneros y misioneras de la Amazonia y de todo el mundo”, pide el fraile capuchino.