En una entrevista realizada en la sede internacional de la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), el cardenal Dieudonné Nzapalainga de la diócesis de Bangui, habló de la actitud que ha de adoptar un cristiano ante el sufrimiento y ante sus hermanos necesitados. Además, compartió sus experiencias del Sínodo de la Sinodalidad celebrado en Roma el pasado mes de octubre.
En la República Centroafricana, están pasando por momentos realmente difíciles, y a veces parece que el mundo entero está sumido en el dolor. ¿Cómo podemos evitar sentirnos abrumados por todas estas noticias negativas?
Como cristiano he de escuchar y ver las cosas de otra manera, desde una perspectiva de esperanza. Donde los hombres dicen “no hay esperanza”, los cristianos hemos de decir “siempre hay esperanza”, y no dejarnos abatir por las noticias negativas de todos los días ni ser esclavos de ellas. ¡Cristo venció al mal! No se trata de negar la realidad, sino de mirarla con los ojos de la fe: estamos presenciando un renacimiento, y al final del camino hay un nuevo amanecer. Los cristianos que atraviesan este valle de lágrimas deben verlo así. Ciertamente, pueden pensar que estoy loco, pero ante lo absurdo del sufrimiento y del mal, si no tengo esa fuerza, me dejaré arrastrar por la ola y acabaré llorando como los demás. Cristo dijo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados” (Mt 11,28). A menudo queremos cargar solos con nuestros problemas, pero necesitamos confiarlos a la oración, porque nuestros hombros no son lo suficientemente fuertes.
También existe el peligro de volvernos indiferentes ante tanto sufrimiento, el peligro de volver la mirada hacia otro lado…
Sí, debemos tener cuidado de no anestesiar nuestra conciencia. Tenemos que luchar contra el sufrimiento porque, de lo contrario, como cristianos, dejaremos de detectarlo. Sin embargo, nosotros debemos ser la sal de la tierra. Cristo se identificó con los más pequeños, los más abandonados. Vino por los pobres, y la prueba es que no nació en un hotel de cuatro estrellas, ni en un hospital. Si cierro mis puertas a un hermano pobre, a un inmigrante, debo preguntarme: ¿Sigo siendo cristiano? Cristo dijo: “Cada vez que lo hicisteis con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (cf. Mt 25,40).
Como cristianos, debemos escuchar a nuestro corazón y a nuestra conciencia. “¿Qué has hecho con tu hermano?” (cf. Gn 4,10). A raíz de tu bautismo, ¡eres responsable de tu hermano! No te escondas.
Usted participó del 4 al 29 de octubre en el Sínodo de los Obispos en el Vaticano, que marcó la fase universal del Sínodo sobre la Sinodalidad. ¿Hablaron allí también de los cristianos perseguidos?
Sí, lo hicimos. Y cuando hablaron los obispos de Sudán y Ucrania, hubo aplausos para mostrar solidaridad: ¡Estamos con vosotros!
El tema del sínodo es ‘Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión’. Pese a todas las diferencias entre los obispos del mundo entero, ¿vivieron ese aspecto de la comunión?
Al principio del sínodo había mucha crispación, y contábamos con que habría división y conflictos. Sin embargo, el Espíritu Santo intervino discretamente para calmar los ánimos y para ayudarnos a vernos como hermanos y no como enemigos. Lo que realmente cambió el ambiente fueron los tres días de retiro al principio, y luego, el hecho de que durante el sínodo estuviéramos sentados en torno a mesas, mirándonos unos a otros. Había 36 mesas, cada una con distintas nacionalidades. Nos organizamos en mesas redondas, escuchándonos unos a otros, y cuando alguien hablaba, los demás guardábamos silencio. Al final de cada ronda, intercambiábamos pareceres para luego votar -eran votaciones secretas, así que nos sentíamos completamente libres- y elegíamos el tema que íbamos a proponer a la gran asamblea.
Eso significa que muchas de las cuestiones planteadas en los grupos pequeños no se sometieron a debate en la gran asamblea. ¿Hubo frustración por ello?
Si escuchamos de verdad a los demás, si somos humildes, recibiremos mucho, porque el Espíritu Santo también pasa a través de mi hermano. Si no eres humilde, te frustras. Tengo que descentrarme, despojarme de mí mismo: no se trata sólo de mi país. No se trata de defender mi posición; yo expongo mis preocupaciones, pero también escucho a los demás. La Iglesia no soy sólo yo, somos todos. Cuando votábamos un tema, este dejaba de ser mi tema y se convertía en nuestro tema. Y si pensábamos que realmente debíamos abordar un tema que no había sido elegido por el grupo, siempre podíamos plantearlo en la gran asamblea. Pero siempre con esto en mente: ¡Es la Iglesia de Cristo la que debemos construir! No mi Iglesia. Nosotros no somos sindicalistas que plantean reivindicaciones.
Parece muy contento con lo vivido durante el sínodo…
He salido enriquecido del sínodo, y tengo la impresión de que ha sido un nuevo Pentecostés para la Iglesia. El Espíritu Santo ha hecho su trabajo para que mi lenguaje fuera un lenguaje de amor comprendido por los demás. Ciertamente, la manera de ver las cosas es muy diferente en las distintas partes del mundo, pero Cristo mismo rezó: “Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti” (Jn 17,21). Dios no quiere que seamos todos iguales, sino que estemos unidos con nuestras diferencias. En la música, la armonía nace de la diversidad. El Espíritu Santo obra en nosotros para que estemos en armonía con él, y es importante que el espíritu mundano no nos aleje del Evangelio. Nuestra referencia no es el mundo. Si queremos ser luz o levadura, tenemos que ir hacia Cristo, hacia su Palabra. Las corrientes cambian, pero Cristo sigue siendo el mismo, Él es el Alfa y la Omega.