El 7 de abril ha sido declarado ‘Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio de 1994’ contra los tutsis en Ruanda, 29 años después de aquel trágico suceso (7 de abril de 1994 – 15 de julio de 1994), los presos que aún permanecen encarcelados son los que han recibido las condenas más duras. El padre Théogène NGOBOKA, director de la Comisión Diocesana de Justicia y Paz de Cyangugu, ofrece atención pastoral en la prisión de Rusizi, que cuenta con 3.850 reclusos, entre ellos 1.300 hombres encarcelados por genocidio.
Durante su viaje a Ruanda, Agnès Sebaux, del Departamento de Información de Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), habló con él.
¿Puede recordarnos cómo fueron condenados esos hombres?
Fueron juzgados por los tribunales populares llamados gacaca. Gacaca significa “hierba dulce” en lengua kiñaruanda, es decir, el lugar donde se reúne la gente. Originalmente, los gacaca servían para resolver disputas vecinales o familiares. Eran asambleas de los pueblos presididas por ancianos donde cualquiera podía tomar la palabra. Esos tribunales se reactivaron para acelerar el necesario enjuiciamiento de cientos de miles de personas acusadas de participar en el genocidio.
Los hombres que siguen encarcelados, 29 años después, son los que no han querido confesar y reconocer los hechos, los que perpetraron crímenes en varios sectores acumulando varias penas y los que fueron predicadores de este genocidio y dieron las órdenes.
Usted es el capellán de esta prisión. ¿Cuál es su misión?
Tengo derecho de visita permanente. Junto con los voluntarios que colaboran con la Comisión de Justicia y Paz, ayudo a los presos que están a punto de salir a preparar su puesta en libertad. De hecho, aunque hayan cumplido su condena de acuerdo con la ley, la sociedad sigue juzgándolos. Por ello, explico a los presos que es importante y necesario reconciliarse con la comunidad.
¿Cómo les ayuda?
Es todo un proceso de acompañamiento a los presos, pero también a la comunidad a la que retornarán, para que caminen juntos hacia la reconciliación.
En primer lugar, hacemos que los presos sean conscientes de la necesidad de pedir perdón: “La comunidad todavía tiene algo contra vosotros. ¿Estáis dispuestos a reconocer vuestros actos y a pedir perdón a la comunidad? Nosotros nos ofrecemos a hacer de intermediarios entre vosotros y los supervivientes”. Cuando están preparados para ello, escriben una carta a todas las personas a las que quieren pedir perdón. Además, se comprometen a cambiar de comportamiento y expresan su deseo de vivir en armonía con la comunidad. La dirección de la prisión firma esas cartas para autentificarlas.
A continuación, los sacerdotes o voluntarios de la Comisión de Justicia y Paz de las respectivas parroquias entregan las cartas a las familias supervivientes y se encargan de explicar la intención del preso. Entonces, se establece un diálogo para verificar la validez de sus declaraciones. Así, algunas cartas llegan con toda la información, otras reflejan lo ocurrido parcialmente y las víctimas mencionan otros hechos más. La comisión se encarga de anotar toda la información que falta para comunicársela al preso. Actuamos como intermediarios para llegar a la verdad.
Y una vez conocida toda la verdad, ¿qué ocurre?
Si el superviviente afirma que en la carta no falta nada, nosotros le proponemos acudir a la cárcel para hablar con el preso. Así, un día al mes organizamos estas visitas con el servicio social de la prisión. Siempre ejercemos de mediadores y estamos presentes en los encuentros. Nosotros facilitamos estos intercambios, que hacen brotar fuertes emociones.
Luego, si el perdón se da y se acepta, este debe extenderse a los miembros de la familia. El perdón tiene que ser familiar, tanto para los familiares del superviviente como para los familiares del preso.
También, trabajamos en el seno de la comunidad y organizamos encuentros con los supervivientes por un lado y con las familias de los presos por otro. Luego, los reunimos a todos. La mayoría de estas personas son creyentes, la fe desempeña un papel primordial en el proceso de perdón. Todos nuestros encuentros giran en torno a la Palabra de Dios, que es de donde extraemos ejemplos de perdón. Rezamos e intercambiamos opiniones sobre los textos que muestran lo liberador que es el perdón. También invitamos a personas que ya han pasado por ese proceso de reconciliación para que den su testimonio, pues eso anima a los demás. Así, cuando los presos son liberados, llegan a una comunidad preparada para ello.
Es un proceso largo…
Sí, por eso empezamos tres años antes de la puesta en libertad, pero una vez liberados el proceso no ha concluido: entonces emprendemos un viaje de al menos seis meses para que presos y víctimas superen el miedo. Organizamos encuentros en torno a la Palabra de Dios, trabajos comunitarios que les permiten trabajar juntos en el campo, en una obra de construcción… Les pedimos que se visiten mutuamente. La reconciliación no es automática. Hay que construir la confianza. Es un proceso largo.
También organizamos peregrinaciones a Kibeho (donde se apareció la Virgen María) a las que invitamos a pequeños grupos de diferentes parroquias. Cada uno cuenta su viaje e intercambiamos pareceres y experiencias. Así, cada uno se fortalece en su camino de perdón.
Al término de los seis meses, la Comisión de Justicia y Paz evalúa el estado de la reconciliación. Los voluntarios que los acompañan dan su opinión sobre el proceso y las actividades conjuntas realizadas. Si el proceso ha fructificado, la Iglesia organiza una jornada oficial de unidad y reconciliación. Los presos son recibidos en la iglesia y piden perdón oficialmente. Confiesan públicamente lo que han hecho y piden perdón, las víctimas también conceden públicamente su perdón.
¿Qué dificultades surgen en este proceso?
Este proceso requiere enormes esfuerzos. Las heridas siguen allí, incluso 29 años después. Algunos no quieren rememorar esas heridas porque ya empiezan a cicatrizar… Para que la reconciliación tenga visos de éxito, la víctima debe estar convencida de la sinceridad del ruego de perdón y se tienen que poner sobre la mesa todos los hechos cometidos. Muchas víctimas siguen sin poder llorar a sus seres queridos porque no saben dónde están sus cuerpos; tienen la esperanza de que su verdugo conozca el lugar de sus crímenes.
Para los expresidiarios también es muy difícil. Algunos de ellos nos dicen: “El exterior es peor que la cárcel: mi mujer ha empezado una nueva vida con otro hombre, tengo miedo de cruzarme con los familiares de las personas que maté, ¿cómo voy a ir a la iglesia donde cometí los asesinatos?”
Otra dificultad reside en que el resto de la familia no quiera conceder el perdón. Hay que respetar el ritmo de cada persona y acompañarla en ese camino.
Algunos presos no reconocen los crímenes que se les imputan. ¿Existe la presunción de inocencia?
Los tribunales gacaca han sido de gran ayuda a la hora de condenar a la mayoría de las personas que participaron en el genocidio, pero estos tribunales populares también tienen sus límites. En ocasiones, pese a no haber pruebas suficientes y aunque el imputado se declarara inocente, lo condenaban. Nuestro trabajo nos ha permitido conocer a algunos presos que han sido injustamente acusados y encarcelados. Por ejemplo, algunos presos admiten haber saqueado pero no haber matado. Algunos supervivientes, dominados por la emoción o el deseo de venganza, han lanzado acusaciones falsas. Sin embargo, una vez dictada la sentencia es difícil dar marcha atrás.
¿Ha acompañado usted a algunos de esos prisioneros para preparar su puesta en libertad?
Sí, ciertamente. Como ya he explicado, la reconciliación se basa en la verdad y en pedir y conceder el perdón. Cada caso es diferente. Hay que escuchar, discernir y tratar de descubrir la verdad, lo que ocurrió realmente.
¿Puede hablarme de una de estas reconciliaciones?
Sí, por ejemplo, la de Hermán H. y Gastón N., de Mibirizi. Hermán estaba al mando de una célula durante el genocidio contra los tutsis y mató a mucha gente. Tras reconocer ante el tribunal gacaca su gran responsabilidad en el genocidio, la pena de muerte le fue conmutada por 25 años de prisión. He aquí lo que dijo en la jornada oficial de unidad y reconciliación:
“Cuando salí de la cárcel, no le veía sentido a mi vida. Estaba trastornado. No podía ir a misa ni al mercado, sólo quería quedarme en casa. Si me hubieran dado a elegir, habría preferido volver a la cárcel antes que seguir viviendo así. El padre Clement, mi párroco, dijo que quería conocer a los presos liberados y a sus familias. Vino a mi casa, con él inicié este proceso, no fue fácil pero él permaneció a mi lado hasta que pude reunirme con Gastón N., el cabeza de la gran familia que yo había exterminado. Le pedí perdón y él me perdonó”.
Por su parte, Gaston N. no ha olvidado su calvario y todas las torturas de Herman H. Todavía tiene cicatrices y durante mucho tiempo vivió dominado por el odio y el trauma. Gracias al acompañamiento de los animadores psicosociales de la Comisión de Justicia y Paz de Mibirizi, pudo emprender el proceso de reconciliación. Asegura que su corazón se liberó y que concedió sinceramente el perdón a Herman. Ahora conviven bien y ya no hay prejuicios ni sospechas entre ellos.
¿Cree que este proceso de reconciliación sería posible sin la ayuda de Dios?
¡No! El perdón es un milagro, un don de Dios… cuando oyes todas las atrocidades que se cometieron… el perdón es una fuerza que nos otorga Dios.
En 2023, la conmemoración del genocidio coincide con la celebración del Viernes Santo. ¿Es esto una señal para usted?
Sí, ciertamente, es una señal reveladora de que Dios está con nosotros en nuestros momentos dolorosos. Durante el genocidio, muchos ruandeses, que eran muy religiosos, se preguntaban dónde estaba Dios, sobre todo porque había un dicho ruandés muy conocido: «¡Dios pasa el día en otros países y siempre vuelve a pasar la noche en Ruanda»! Mucha gente sigue preguntándose por el silencio de Dios ante su sufrimiento. La respuesta a esta pregunta se encuentra en el misterio que celebramos el Viernes Santo: Dios estaba con sus hijos sufrientes, sus justos perseguidos, sus inocentes masacrados. No olvidemos que después del Viernes Santo está la Pascua, signo de la victoria de la vida sobre la muerte, signo de la esperanza de un futuro mejor en Jesucristo.
Durante el año 2021, en la diócesis de Cyangugu, 154 presos fueron acompañados para encontrarse con 98 familias supervivientes del genocidio. ACN apoya el trabajo de la Comisión Nacional de Justicia y Paz financiando un proyecto para formar a 120 sacerdotes y religiosos en 3 diócesis en sensibilización sobre el trauma, técnicas de escucha activa y acompañamiento psicoespiritual para la resiliencia de la comunidad.